¡Muy buenas noches, Devoradores míos!
Hoy no os traigo una reseña, peeeero creo que esto os gustará:
Tengo en mi poder (como casi mucha gente en España) el libro de las
Rimas del magnífico y asombroso Bécquer (aiisshhh... amor incondicional por este hombre) y, al final vienen unas páginas con el nombre de
Cartas literarias a una mujer. Entre ellas, ha habido una que me ha gustado especialmente y quiero compartirla con vosotros porque, personalmente, creo que es un pecado no leer las palabras que éste hombre (desde mi punto de vista, el mejor poeta que ha dado este país), escribió.
¡Os dejo en buenas manos y pronto tendréis noticias mías otra vez! ;)
Un beso, ¡Devoradores!
En
una ocasión me preguntaste:¿Qué es la
poesía?
¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella.
¿Qué es la poesía? me dijiste; y yo, que no
soy muy fuerte en esto de las definiciones, te respondí titubeando: la poesía es...
es... y sin concluir la frase buscaba inútilmente en mi memoria un término de
comparación, que no acertaba a encontrar.
Tú habías adelantado un poco la cabeza para
escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien
sabes dejar a su antojo, sombrear tu frente con un abandono tan artístico, pendían de tu
sien y bajaban rozando tu mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas, húmedas y
azules como el cielo de la noche, brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían
ligeramente al impulso de una respiración perfumada y suave.
Mis ojos que, a efecto sin duda de la turbación
que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron
entonces instintivamente hacia los tuyos, y
exclamé al fin: ¡la poesía... la poesía eres tú!
¿Te acuerdas?
Yo aún tengo presente el gracioso ceño de
curiosidad burlada, el acento mezclado de pasión y amargura con que me dijiste: ¿Crees
que mi pregunta sólo es hija de una vana curiosidad de mujer? Te equivocas. Yo deseo
saber lo que es la poesía, porque deseo pensar lo que tú piensas, hablar de lo que tú
hablas, sentir con lo que tú sientes, penetrar
por último en ese misterioso santuario en donde a veces se refugia tu alma, y cuyo dintel no puede traspasar la mía.
Cuando llegaba a este punto se interrumpió
nuestro diálogo. Ya sabes por qué. Algunos días han transcurrido. Ni tú ni yo lo hemos
vuelto a renovar, y sin embargo, por mi parte no he dejado de pensar en él. Tú creíste, sin duda, que la frase con que contesté a tu
extraña interrogación, equivalía a una evasiva galante.
¿Por qué no hablar con franqueza? En aquel
momento di aquella definición, porque la sentí, sin saber siquiera si decía un
disparate.
Después lo he pensado mejor, y no dudo al
repetírtelo. La poesía eres tú.
¿Te sonríes? Tanto peor para los dos. Tu
incredulidad nos va a costar a ti el trabajo de leer un libro y a mí el de componerlo.
¡Un libro! exclamas palideciendo y dejando
escapar de tus manos esta carta. No te asustes. Tú lo sabes bien: un libro mío no puede
ser muy largo. Erudito, sospecho que tampoco. Insulso, tal vez; mas para ti,
escribiéndolo yo, presumo que no lo será, y para ti lo escribo.
Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún
poeta; pero en cambio hay bastante papel emborronado
por muchos que no lo son. |
El que la siente se apodera de una idea, la envuelve en una forma, la arroja en el estadio
del saber y pasa. Los críticos se lanzan entonces sobre esa forma, la examinan, la
disecan y creen haberla comprendido cuando han hecho su análisis. La disección podrá revelar el mecanismo del cuerpo
humano; pero los fenómenos del alma, el secreto de la vida ¿cómo se estudian en un
cadáver?
No obstante, sobre la poesía se han dado reglas,
se han atestado infinidad de volúmenes, se enseña en las universidades, se discute en
los círculos literarios y se explica en los ateneos.
No te extrañes. Un sabio alemán ha tenido la
humorada de reducir a notas y encerrar en las cinco líneas de una pauta el misterioso
lenguaje de los ruiseñores. Yo, si he de decir la verdad, todavía ignoro qué es lo que
voy a hacer, así es que no puedo anunciártelo anticipadamente.
Sólo te diré, para tranquilizarte, que no te
inundaré en ese diluvio de términos que pudiéramos llamar facultativos, ni te citaré
autores que no conozco, ni sentencias en idiomas que ninguno de los dos entendemos.
Antes de ahora te lo he dicho. Yo nada sé, nada
he estudiado, he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no
acertaré a decir, si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de
hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme.
Herejías históricas, filosóficas y literarias
presiento que voy a decir muchas. No importa. Yo no pretendo enseñar a nadie, ni erigirme
en autoridad, ni hacer que mi libro se declare de texto.
Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera
no sea más que por satisfacer un capricho tuyo; quiero decirte lo que sé de una manera
intuitiva, comunicarte mi opinión y tener al menos el gusto de saber, que si nos
equivocamos, nos equivocamos los dos, lo cual, dicho sea de paso, para nosotros equivale a
acertar.
La poesía eres tú, te he dicho, porque la
poesía es el sentimiento y el sentimiento es la mujer.
La poesía eres tú porque esa vaga aspiración a
lo bello que la caracteriza y que es una facultad de la inteligencia en el hombre, en ti
pudiera decirse que es un instinto.
La poesía eres tú porque el sentimiento que en
nosotros es un fenómeno accidental y pasa como una ráfaga de aire, se halla tan
íntimamente unido a tu organización especial, que constituye una parte de ti misma.
Últimamente, la poesía eres tú; porque tú
eres el foco de donde parten sus rayos.
El genio verdadero tiene algunos atributos
extraordinarios que Balzac llama femeninos y que efectivamente lo son.
En la escala de la inteligencia del poeta hay
notas que pertenecen a la de la mujer y éstas son las que expresan la ternura, la pasión
y el sentimiento. Yo no sé por qué los poetas y las mujeres no se entienden mejor entre
sí. Su manera de sentir tiene tantos puntos de contacto. Quizás por eso... pero dejemos digresiones y volvamos al
asunto.
Decíamos..., ¡ah! sí, hablábamos de la
poesía.
La poesía es en el hombre una cualidad puramente
del espíritu; reside en su alma, vive con la vida incorpórea de la idea y para revelarla
necesita darle una forma. Por eso la
escribe.
En la mujer, por el contrario, la poesía está
como encarnada en su ser; su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones y su destino
son poesía: vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfera de idealismo que se
desprende de ella, como un fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el verbo
poético hecho carne.
Sin embargo, a la mujer se la acusa vulgarmente
de prosaísmo. No es extraño. En la mujer es poesía casi todo lo que piensa; pero muy
poco de lo que habla. La razón yo la adivino, y tú la sabes.
Quizá cuanto te he dicho lo habrás encontrado
confuso y vago. Tampoco debe maravillarte.
La poesía es al saber de la humanidad lo que el
amor a las otras pasiones.
El amor es un misterio. Todo en él son
fenómenos a cuál más inexplicables; todo en él es ilógico; todo en él es vaguedad y
absurdo.
La ambición, la envidia, la avaricia, todas las
demás pasiones tienen su explicación y aún su objeto, menos la que fecundiza el
sentimiento y lo alimenta.
Yo, sin embargo, la comprendo; la comprendo por
medio de una revelación interna, confusa e
inexplicable.
Deja esta carta, cierra tus ojos al mundo
exterior que te rodea, vuélvelos a tu alma, presta atención a los confusos rumores que
se elevan de ella, y acaso la comprenderás como yo. |
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